Durante todo el recorrido no tuvimos ningún problema con las comidas. Algunos sufrimos un poco el "mal del viajero", pero más debido al cambio de comida y las especias, que a otra cosa. Nadie se puso malo, ni cogió una pequeña gastroenteritis, a pesar de que íbamos preparados con medicamentos.
Para desayunar en los hoteles solían tener leche con cacao, bollos de chocolate, pan con mantequilla y mermelada y zumo de naranja.
A los niños no les entusiasmaba la cocina marroquí pero se comían bien el pollo al limón, el tajine de kefta (una especie de albóndigas de ternera), las brochetas, y la harira o sopa marroquí (siempre que no fuera picante). También comieron mucho melón, sandías, plátanos y zumos de naranja recién exprimidos.
Como llevábamos unas pequeñas neveras de coche, nos llevamos de Madrid jamón serrano, lomo y chorizo envasados al vacío. En algunas etapas de viaje hacia el desierto y en la ruta de las kasbahs comimos a base de bocadillos (en marruecos hay un pan estupendo) de embutidos. Fue una buena idea, porque nos resolvió el problema de encontrar algún sitio decente donde comer en trayectos donde era más complicado, o nos daba libertad para parar donde quisiéramos a comer. Y los niños comían fenomenal!
Además, en las ciudades más turísticas (Chauen, Fez, Marrakech, Essaouira y Asilah) era muy fácil encontrar restaurantes de comida italiana o pizzerías, o puestos de kebabs o sandwiches de carne.
En Asilah, última ciudad de nuestro viaje, cenamos en Casa Pepe y en Casa García, dos restaurantes de cocina española, con buen pescado y platos como tortilla española, gambas al ajillo, chipirones, y otras delicias que nos supieron a gloria.
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